El término evaluación es polisémico, tiene su origen en procesos sociales, políticos, económicos e históricos particulares, y, en sí mismo, no tiene identidad disciplinaria, ya que se emplea en campos tan diversos como la economía, la política, y la propia educación. Destacamos el carácter de la evaluación ligado a la valoración (de algo, para algo): se evalúa en función de orientaciones, fines, criterios y métodos usados, en relación estrecha con los contextos sociopolíticos y pedagógicos. Para Glazman (2001), la evaluación en tanto actividad multideterminada y multidimensional presenta tres dimensiones que resultan de interés para su análisis y comprensión.
La dimensión axiológica en la evaluación se refiere a reconocer y expresar de manera conciente los valores y la posición desde la cual se emiten los juicios y las recomendaciones en las acciones evaluativas. Esta idea se contrapone al autoritarismo y la arbitrariedad de las evaluaciones algunas basadas en pautas de valor ocultas o implícitas no compartidas, y promueve la necesidad de acuerdos mínimos y consensos entre los sujetos a partir de principios, normas, formas de interacción y criterios que hacen transparente el proceso evaluativo. Como proceso de comunicación, la evaluación presenta todas las complejidades de la comunicación humana, así como la existencia de relaciones de poder de distinta naturaleza, por tanto no hay evaluación neutral.
La dimensión teórica se refiere a la teoría que ilustra, guía e informa los procesos de evaluación en cuatro sentidos: al definir el objeto y problema de la evaluación, al aclarar concepciones relativas al campo o campos disciplinarios del conocimiento o de ejercicio profesional, al precisar aspectos relativos a la propia evaluación como práctica educativa y al contribuir a dar sentido e integrar la información que se obtiene.
La dimensión metodológica comprende los procedimientos para recoger información, analizar situaciones y expresar juicios de valor. El método de la evaluación se particulariza según el objeto evaluado, el campo disciplinario, y las características de lo que se evalúa, y se apoya en técnicas de diversa naturaleza. Una determinada aproximación metodológica implica, además, una postura política sobre la participación de los sujetos en el proceso de construcción educativo. Podemos decir que las tres dimensiones ofrecen una visión integradora y compleja de la evaluación en la educación superior, en tanto pretenden superar cualquier reducción a su componente técnico e instrumental y nos remiten a su significado cultural como práctica educativa.
La evaluación como práctica educativa constituye una actividad intencional guiada por creencias, valores, experiencias, motivaciones y conocimientos que orientan las acciones, decisiones y preferencias de los sujetos, se desarrolla en escenarios singulares, con sujetos concretos y en contextos determinados y particulares. Su intención educativa se orienta a apoyar a otros hacia el logro de unos objetivos culturales y formativos y a tomar conciencia de sí mismos y de su relación con otros y con el entorno.
Dado que las prácticas de evaluación no se pueden pensar al margen de lo que ocurre en otros ámbitos de la sociedad, son prácticas determinadas socialmente que sufren diversos entrecruzamientos con otros discursos (político, ético, psicológico, administrativo, etc.) y condicionadas por numerosos aspectos socio-históricos, personales, e institucionales que las atraviesan y las complejizan. En efecto, la evaluación está condicionada por marcos institucionales normativos que regulan su funcionamiento, burocratizan la práctica educativa y la someten a criterios externos que desfiguran lo propiamente formativo. De aquí que la práctica evaluativa manifieste conflictos y contradicciones, especialmente cuando involucra decisiones de consecuencias significativas para los agentes educativos.
Las contradicciones, dilemas y conflictos se expresan con frecuencia en la falta de visiones compartidas sobre el sentido y función de la evaluación en la educación superior; en la escasa formación de los docentes universitarios en este campo; en la falta de momentos de reflexión sobre las implicaciones formativas de esta práctica educativa; y en las exigencias y prescripciones de carácter político y económico que intensifican su problemática.
En la Educación superior, tres son los objetos que revisten mayor preocupación en el campo práctico de la evaluación: la evaluación institucional, hoy día centrada en los procesos de acreditación; la evaluación de la docencia, entendida como una práctica más amplia y compleja que la enseñanza; y la evaluación de los aprendizajes, fuertemente impelida por los procesos de calidad educativa, de rendición de cuentas y de internacionalización de la educación.
1 comentario:
PROFE EN TERMINOS DE LA EVALUACION O DE LAS PRACTICAS EVALUATIVAS, COMO DEFINIR CUANDO UNA PRÁCTICA ES EXCELENTE O ES UNA BUENA PRACTICA, COMO DECIR POR EJEMPLO EL PROFESOR PRACTICANTE HOY DIO UNA BUENA CLASE??
QUE HACE QUE UNA CLASE SEA BUENA O NO, QUE HACE QUE UNA PRÁCTICA SEA BUENA O NO??
COMO SE CONCRETA LA EVALUACION DE UN PRACTICANTE DE CUALQUIER DISCIPLINA??
SE RECURRE A FORMATOS??? SE DEFINENE CRITERIOS DE UNA BUENA PRACTICA PARA CADA DISCIPLINA O SE CUERDAN CRITERIOS GENERALES PARA TODAS??
COMO EVALUAR LAS PRÁCTICAS DE LOS DOCENTES EN FORMACION???
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